Juan José Monsant Aristimuño | El Fallo

Luego de haber disfrutado una noche de intensa atención y exultante alegría, compartí con mi hija frente a la pantalla de televisión el partido Vinotinto-Jamaica, donde se lucieron nuestros combativos gladiadores del balón con tres goles impecables.
Uno de ellos del veterano Salomón Rondón, quien empujado por la espalda por un jamaiquino desesperado, cayendo al suelo, casi con el rostro tocando la grama de la cancha, en un acto instintivo agónico, golpeó al balón con el pie izquierdo hacia el arco, para producir uno de los goles más espectaculares que haya visto.
La mañana siguiente, luego de leer las crónicas del partido realizado en Austin, Texas, con un lleno total de franelas vinotinto y, banderas tricolores emigradas que presagian otro triunfo el próximo 28 de julio en la propia Venezuela, paso a leer la noticia más importante en los Estados Unidos: la sentencia de la Suprema Corte sobre la pretendida inmunidad del expresidente Trump en los actos ocurridos el pasado seis de enero de 2021 cuando una horda de supremacistas blancos, y fanáticos del presidente tomaron con violencia las instalaciones del Congreso Nacional.
Tal como redactaron los titulares del primero de julio pareciera que el expresidente Trump no puede ser juzgado por los actos de violencia y vandalización realizados por sus seguidores en la toma del Capitolio, que conllevó no solo destrucción física sino lesiones y asesinatos al personal de seguridad. Al conocerse el fallo, el expresidente Trump se vanaglorió de haber obtenido un triunfo indiscutible, al ser exonerado por el Alto Tribunal de cualquier responsabilidad, según él.
Por elemental lógica jurídica, me pareció muy extraño que la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, pudiera sentenciar que un expresidente goza de inmunidad de cualquier delito cometido al margen de la Constitución y las leyes, durante o después de cesar en el cargo.
Ciento diecinueve páginas se llevó la sentencia, que incluye los argumentos de cada uno de los nueve Magistrados, de los cuales 6 votaron a favor y 3 se pronunciaron en contra (6 tenidos como conservadores y 3 como liberales o demócratas). Esta argumentación identificatoria contradice la ética del Tribunal y cuestiona el fondo de la sentencia, porque se parte en los Estados Unidos o de cualquier país del mundo (a lo menos en el mundo Occidental) que los jueces sentencian conforme a derecho; es decir, a lo establecido en la ley, y no en razón de sus inclinaciones morales, de género, religiosas, étnicas o políticas.
Se tiene la idea, a nivel global, que en los Estados Unidos el sistema de “control y balance” entre los tres poderes republicanos, tal como lo estipula su Constitución de 1 1787, ha sido la base de la fortaleza de sus instituciones y la estabilidad de la nación federada de cincuenta estados.
Con cierta envidia sana y nostalgia por lo que no es, tenemos la idea que el poder judicial es sagrado, que administrar justicia conforme a la ley es el principio y fin de la judicatura. Un juez, un señor. Una referencia a la seguridad jurídica, ética y moral que garantiza la supervivencia societaria, más allá de las contingencias disociables presentes en cualquier sociedad.
Por alguna razón, al leer la sentencia de la Corte Suprema estadounidense, me trasporté a la Venezuela de principios de siglo, cuando a raíz de la inauguración del Año Judicial, la totalidad de los magistrado del Tribunal Superior de Justicia, en el auditorium de la sede del Alto Tribunal, investidos con sus togas jerárquicas, de pie, detrás de un semicírculo de madera pulida, mientras el presidente Hugo Chávez descendía hacia ellos, los magistrados todos con el puño en alto vociferaban con pasión histérica: “Uh, Ah, Chávez no se va”.
En ese momento pereció la república
En general se confía en los jueces estadounidenses y en la utilidad del Poder Judicial. Es una justicia cara, desconcertantemente cara, por lo que en el fondo es una administración de justicia colocada en un segmento del estrato social, muy cónsono con la ideología del “ganador”, tan arraigada en la psique de la américa blanca, del pilgrim, del Mayflower.
No obstante, ha llamado poderosamente la atención, cómo en los últimos años se habla abiertamente de jueces demócratas o republicanos, liberales o conservadores, latinos o sajones, como presagiando el resultado de una futura sentencia. Quizá por ello no sorprende oír a un candidato presidencial, hablar de “los tres jueces que yo nombré”, como lo hizo el expresidente Donald Trump en el fatídico debate con el presidente Joe Biden.
La sentencia en sí, me parece un juego peligroso de palabras, porque en puridad no va al fondo de lo planteado, se contradice, no es clara, confunde, todo en un mismo texto; todo lo contrario de lo que aprendimos en las aulas de la Facultad de Derecho. Por ejemplo, el Magistrado John Roberts Jr. Presidente de la Suprema Corte, y uno de los jueces que Trump se jacta haber nombrado, razona su disposición de la siguiente manera: "...requiere que un expresidente tenga alguna inmunidad… al menos con respecto al ejercicio de sus poderes constitucionales…”
Y nos preguntamos por el alcance de la frase “alguna inmunidad”, y “en el ejercicio de sus poderes constitucionales". En otro apartado se refiere a si la incitación del delito que se le imputa, se hizo en ejecución de “acciones oficiales” o no, porque si fuese en ejercicios de actos oficiales, debería reconocerse la impunidad. Para luego apelar a la teoría que Estados Unidos es un régimen presidencialista, que tiene una amplia gama de posturas en sus decisiones; en tanto que obvia la doctrina adoptada en 1787 sobre la separación de los poderes republicanos, y el balance y control entre ellos.
Finalmente, la Corte no decidió sobre el fondo del petitorio, pues termina devolviendo el expediente al tribunal inferior que conoció de la causa, para que determine los hechos exactos que permiten sustraer la inmunidad al presidente, y cuáles actos se encuentran fuera de sus facultades constitucionales.
Si a lo de arriba reflexionado, le sumamos la impresión de una incapacidad manifiesta, en razón de su edad, del Presidente Joe Biden para un nuevo ejercicio presidencial, la personalidad, también manifiesta, marcadamente autoritaria, con tendencia a bordear y saltarse el ordenamiento legal vigente del expresidente Trump, se le añade la tendencia de la población estadounidense a desconfiar de la pulcritud y eficacia de sus centenarias instituciones, debemos concluir que la comunidad internacional, o la que conocemos como el “mundo libre”, se encuentra en la antesala de un estado de peligrosidad, frente a la anarquía y las pretensiones no ocultas, de hacer desaparecer lo que conocemos y conlleva el término, Cultura Occidental.
El autor del presente trabajo, es el abogado y embajador Juan José Monsant A.
Los papeles del CREM
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Los papeles del CREM, aspiran ser un reflejo del pensamiento político, económico de la Venezuela actual y de la Venezuela del futuro
Editado por los Papeles del CREM, 5 de julio del año 2024. Responsable de la edición: Raúl Ochoa Cuenca. [email protected]m